domingo, 7 de diciembre de 2008

Pablo Hermoso de Mendoza

Un Hombre llamado Caballo. Hace falta tener personalidad, sensibilidad y cariño, o simplemente ser de otra pasta, para no vender un caballo que costó 300.000 pesetas, por 100 millones que le ofrecieron. El caballo se llamaba Cagancho, y Pablo estaba tan unido a él, que ambos se fundieron en un centauro. La fotografía final de esa unión se dio un 6 de julio cuando ese gran hombre, y aquel gran equino se dieron un beso en mitad del ruedo pamplonés ante la emoción y el regocijo de 20.000 personas, que desgastaron sus manos en aplausos. Al estellés le vino lo de los caballos de padre, y lo de los toros, de recortes y encierros. Estos tres seres, orquestados por el humano, conjugan la danza y otras artes con la estética, el dramatismo y la peligrosidad, transformando todo ello en un baile bello, armónico y emocionante. Con 42 años, al mejor rejoneador de la historia se le podían haber subido las orejas y los rabos a la cabeza, pero él sabe que al bajar del caballo, hay que tener los pies en el suelo, y la convivencia con los de aquí, con los de siempre, le ayuda a volver a la realidad. A pesar de su valor reconoce que a veces duda en la inseguridad, pero como todos los grandes, ha desarrollado la virtud de transformar la debilidad en fortaleza “cuanto más arriesgas, más miedo tienes, pero aprendes a convivir con el peligro, cuidando de que ese pasito mal dado, no te cambie la vida”. Con 6 patas, dice, me encuentro más conmigo mismo, y se medita mejor. Quizá por esto mismo, además de ser aficionado a la pelota y a la caza sin escopeta, su enfermedad sigue siendo el caballo; ni más ni menos, 290 equinos trotan por su finca.
Publicado en Diario de Navarra el 7 de diciembre de 2008.
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